Es judío y encontró en el mundo del toro su 'tierra
prometida'. «La corrida de Tomás, en mi plaza de Nîmes, fue algo
místico».
Es judío por los cuatro costados, nació en Francia y
aprendió castellano en casa. Un tipo peculiar. Su madre era sefardí y
amaba el país de sus antepasados con toda el alma. Los Reyes Católicos
les expulsaron en 1492 pero, hete aquí, que este hombre ha vuelto y
encima por la puerta grande. ¡Es un loco de los toros! Se llama Bernard
Domb, pero todos le conocen como Simon Casas. Es coempresario de Las
Ventas, gestiona el coso de Valencia y también ha llevado las riendas de
los de Zaragoza, Málaga, Puerto de Santa María... En Francia lleva los
ruedos de Mont-de-Marsan y también de Nîmes, donde esta semana José
Tomás ha desatado la locura al lidiar él solito seis toros. Hasta Vargas
Llosa daba alaridos entre el público.
- Puede respirar tranquilo. El Consejo
Constitucional francés ha dictaminado este viernes que la tauromaquia es
legal en su país.
- ¡Gran victoria de los derechos humanos! Un buen ejemplo
para los políticos de Cataluña y para el alcalde de San Sebastián... A
ver si toman buena nota.
- Oiga, orgullo francés le sobra...
- Recuerde que somos el país de los derechos humanos y de
la Ilustración. Esta resolución judicial tiene mucho peso. Cada
ciudadano es libre de estar a favor o en contra de las corridas, pero
nadie tiene derecho a prohibir una realidad que forma parte del
patrimonio cultural de un pueblo. Y, ojo, hablo de Cataluña, País Vasco,
Ecuador, México, Colombia...
- Usted llega a comparar las buenas faenas con una ópera. ¡Espectáculo total!
- Sí. Pero, atención, no hablo de buenas corridas sino de
corridas EX-CEP-CIO-NA-LES. Como la que brindó José Tomás en Nîmes.
Increíble... Se entregó a los pitones y al público con una armonía
irreprochable. Parecía música. Transmitía belleza con cada paso, con
cada pase... Hay algo místico, muy profundo, en este torero.
- Ya, ya, pero a usted, de pequeño, lo que le gustaban eran los cochazos de Antonio Ordóñez y Luis Miguel Dominguín.
- Bueeeno, eran mis héroes cuando los veía llegar a
Nîmes. Yo era un crío de padres separados y judíos. La posguerra me hizo
sufrir mucho, así que no niego que siempre busqué en la piel de toro
una identidad. ¡Quería reconquistar mi tierra prometida! En fin, era un
judío sin patria. Uno de tantos.
- ¿Qué edad tenía cuando le llevaron a los toros por primera vez?
- Cuatro años.
- ¿Le dio miedo?
- Claro. La presencia de la muerte me fascinó y me aterró. Recuerdo, ja, ja, que me tapaba los ojos todo el rato...
- Mire, yo estoy a favor de que escojan el tipo de toro.
Como los músicos, son libres para elegir su 'instrumento', ya sea un
chelo o una trompeta. El peligro no viene de la envergadura del animal
ni de su peso. Lo pone la manera de torear, el estilo... ¡Lo importante
es la interpretación! Me da igual que prefieran un Miura o un Domecq.
- Mire usted por dónde, quería ganarse la vida como matador y se ha hecho de oro como empresario. Buena jugada.
- No me gusta hablar en esos términos. Me considero un
productor taurino, como los hay de cine. La diferencia es que yo me
dedico a los toros.
fuente;eldiariomontanes.es