lunes, 2 de octubre de 2017

Cuando la palabra ya no es la ley


Paris Match



No hace falta rebuscar demasiado para acordarse de aquel tiempo en el que, en esto de los toros, un apretón de manos tenía más valor que un contrato firmado; un tiempo no muy lejano en el que, como dice la ranchera, la palabra dada era la ley. Y seguro que habrá quien nos tilde de cascarrabias agoreros, de ser los del vaso medio vacío, de poner pegas a todo y no conformarnos con nada. O quizá, por eso mismo, albergamos justo lo contrario: un espíritu tenaz pero, por qué no decirlo, constructivo si se quiere; un talante crítico de poner el dedo en la llaga, de evitar que ya que somos unos cornudos no seamos también apaleados. Pero a falta de buenas razones el refrán apuntilla que obras son amores, y un gesto -o la ausencia del mismo- vale más que todo un pliego. Pedir que se cumpla lo firmado no es una exigencia caprichosa, sino una obligación contractual. Que se acate un reglamento taurino no es un antojo de cuatro intrusos, sino la oportunidad que se les brinda a todos de jugar, sin romperla, con la misma baraja. El respetar la figura del presidente sin ninguneos ni alevosía no es una imposición lacaya, sino la única vía racionalmente legítima que iguala a toros y toreros, aunque sólo sea en el momento en el que suenan los clarines.

 Viene esto al hilo porque la memoria es vaga y los recuerdos selectivos, y cuando hace un año Simón Casas se convirtió en nuevo empresario de la plaza de Madrid las primeras puertas que se le abrieron fueron justo las de nuestra casa, en las invernales tertulias de La Asociación El Toro de Madrid. Sabía Simón que no habría una segunda oportunidad para crear una buena primera impresión, y allí nos contó todo lo quiso, incluso más. Pero del dicho al hecho va un trecho, exactamente diez meses: los que han transcurrido desde que Simón Casas estuvo en Casa Patas en noviembre pasado hasta el preciso instante en el que este boletín ha visto la luz. Desgajando lo que allí nos dijo, y siendo honestos, se han cumplido muchas de las promesas que entonces avanzó: tantas como las que se han quedado por el camino. Inició la temporada como prometió, con novilladas toristas de la Quinta y de Fuente Ymbro y una corrida de Victorino Martín el Domingo de Ramos, pero más allá del gesto de Talavante no ha podido cumplir su deseo de acartelar figuras con encastes del gusto de la afición (y eso que en Casa Patas afirmó que “quisiera acabar mi carrera aportando algo al torismo y tengo grandes ideas que intentaré llevar a cabo”).  Ha implantado un novedoso y modernizado sistema informático para facilitar la venta de localidades y de abonos, que al final no ha podido ser usado para adquirir entradas para ver a José Tomás, que por mucho que nos escueza es quien realmente revienta la taquilla… Por lo que ya se puede decir que de la revolución vaticinada por Casas jamás se supo.


Pero el hecho inmaculado, el epílogo que sintetiza a la perfección lo poco que importa en los toros morder la mano que da de comer es la opinión que hace pocas semanas vertió el empresario sobre los aficionados y jóvenes de la plaza de Madrid. Según Simón son, somos “imbéciles”, aunque lo que no queda claro es si se refiere a cuando exigimos en la plaza porque no se cumple el reglamento, o cuando adocenados desfilamos por taquilla sin protestar. Porque el hecho es que se paga por algo que luego no te dan,  pero la mano que mece la cuna opina que es mejor que acuda gente sin afición. El cirujano insultando al paciente, el camarero regañando al cliente, el empresario de la primera plaza del mundo quejándose de los abonados que exigen que cumpla el pliego.
Como otras veces, aquí ya se ha dicho, recordamos a Lord Kelvin, que dejó otra perla para la posteridad con esta cita: “Lo que no se define no se puede medir. Lo que no se mide, no se puede mejorar. Lo que no se mejora, se degrada siempre”.  El propio Simón Casas en aquella lejana y borrosa tertulia de noviembre dejó dicho que “hay que engrandecer el torismo desde la evolución, lo que no evoluciona desaparece y no vayamos a perder el torismo por no evolucionar. No hay que tener miedo a reflexionar para evolucionar“.


El hecho de que siempre habrá aficionados rigurosos nunca podrá ser vilipendiado por la opinión de quien, en cierta medida, vive de esos a los que denigra, se ponga Simón como se ponga. Aunque el francés con dinero o sin dinero, por momentos, siga siendo el rey.



Este texto puede hallarse en el boletín de la Asociación El Toro de Madrid, "La Voz de la Afición" y en el Blog Rebelión a bordo